martes, 15 de diciembre de 2009

Conceptualización de la resolución de conflictos

La teoría debe dejarse de ver como el requisito de la respetabilidad académica ya que no hay nada más práctico que una buena teo­ría. No puede sernos suficiente conocer que la resolución de problemas de adecuados resultados ya que puede ser fruto del azar; es necesario buscar una explicación para sus éxitos, y tam­bién como para sus fracasos, de modo que puedan utilizarse las conclusiones inteligentemente. La resolución de conflictos forma parte de la filosofía coherente cuyo valor estriba en su verifica­ción empírica pues no se trata de lo que debiera ser, sino de lo que es posible o de lo que ha sucedido. Aprender a prevenir y gestionar correctamente los conflictos sería, por ello, una forma de superar la situación y avanzar en el proceso hacia la paz.

Es por esto que vale la pena aclarar unos conceptos:
Sobre la paz

La paz es algo más que la ausencia de guerra; sin embargo, es evidente que en una guerra no puede haber nunca paz. El enfo­que de paz que pretendemos abordar no es tampoco el de un concepto vacío, blando, angélico o etéreo, sino todo lo contrario. Es una referencia muy ambiciosa que está en el horizonte de la humanidad, a la que queremos dirigirnos y que supone una transformación absoluta de cuanto hacemos en el mundo.

Johan Galtung[1], que sin duda es una de las personas que ha dedicado más años e ingenio al estudio de la paz, nos ha mostra­do en innumerables publicaciones que el enfoque de contraposición a la paz no ha de buscarse en la guerra, sino en la violencia, de manera que cualquier definición de lo que entendemos por paz signifique o implique una ausencia o una disminución de todo tipo de violencia, ya sea directa (física o verbal), estructural o cultural, o vaya dirigida contra el cuerpo, la mente o el espíritu de cualquier ser humano o contra la naturaleza. La paz, por tanto, sería la suma de la paz directa, la paz estructural y la paz cultural.
Para Galtung[2] y otros investigadores, la paz es también la condición, el contexto, para que los conflictos puedan ser transformados creativamente y de forma no violenta, de tal manera, creamos paz en la medida que somos capaces de transformar los conflictos en cooperación, de forma positiva e innovadora, reconociendo a los oponentes y utilizando el método del diálogo.
Si la ausencia de guerra podemos denominarla como paz negativa, la ausencia de violencia equivaldría a paz positiva, en el sentido de justicia social, armonía, satisfacción de las necesidades básicas (supervivencia, bienestar, identidad y libertad), autonomía, diálogo, solidaridad, integración y equidad.
La perspectiva de la paz es la de avanzar en el mejoramiento de la condición humana,
"En su afán didáctico, muchos estudios elaborados desde los centros de inves­tigación para la paz suelen referirse a la paz como la conjunción e interacción de varias "D": desarrollo, derechos humanos, democracia y desarme"[3].

Este enfoque amplio de la paz, con lo que ello ha comportado en cuanto al desarrollo de propuestas teóricas y prácticas surgidas de diferentes disciplinas, ha sido el resultado de la suma de aportaciones realizadas a lo largo de los últimos cincuenta años en esta ciencia social aplicada que denominamos "in­vestigación para la paz", que está orientada por valores, y que de acuerdo con Groff y Smoker[4] ha evolucionado de la siguiente forma:

Evolución del concepto de paz
1 - Paz como ausencia de guerra. Es un concepto centrado en los conflictos violentos entre Estados.
2 - Paz como equilibrio de fuerzas en el sistema internacional. En 1941, Quincy Wright sugirió que la paz era un equilibrio dinámico de factores políticos, sociales, culturales y tecnológicos, y que la guerra ocurría cuando se rom­pía dicho equilibrio.

Este modelo asume que cualquier cambio significativo en uno de los facto­res requiere los cambios correspondientes en el resto de factores para restaurar el equilibrio.

3 - Paz como paz negativa (no guerra) y paz positiva (no violencia estructural). Estos conceptos fueron introducidos en 1969 por Johan Galtung, quién también desarrolló el concepto de violencia estructural, definiéndolo en tér­minos del número de muertes evitables causadas por estructuras sociales y económicas.

4 - Paz feminista: niveles macro y micro de la paz. En los 70 y 80 se extendió a nivel individual tanto la paz positiva como negativa. La nueva definición de paz incluía no sólo la abolición de la violencia organizada a nivel macro, como la guerra, sino también a nivel micro, como las violaciones en las guerras o en casa. Además, el concepto de violencia estructural fue expan­dido de forma similar para incluir las estructuras en el ámbito personal, micro y macro que dañan o discriminan contra los individuos o los grupos.[5] La guerra, como forma de solucionar los conflictos, es mostrada como una manera masculina de afrontar los conflictos.

5 - Paz holística - Gaia: la paz con el medio. En los 90 se expandió aun más los niveles de aplicación, del familiar al individual al global. La teoría de la paz-Gaia concede un alto valor a las relaciones de los seres humanos con el sistema bio-ambiental.

6 - Paz holística interna y externa. Incluye los aspectos espirituales.
Siguiendo de nuevo a Galtung, éste divide en tres ramas las formas de abordar el tema de la paz, según pongan el acento en el pasado, el presente o el futuro, y según combinen los hechos, las teorías y los valores:

· Estudios empíricos sobre la paz, basados en el empirismo y centrados en el pasado. Nos informan sobre modelos y condiciones de paz y de violencia en el pasado, porque sólo del pasado podemos tener datos.

· Estudios críticos sobre la paz, basados en el criticismo y centrados en el presente. Pueden evaluar datos e informaciones sobre el presente a la luz de los valores de paz y violencia.

· Estudios constructivistas sobre la paz, centrados en el futuro. Combi­nan las teorías acerca de cómo nos conducimos y los valores de acuerdo con los cuales deberíamos conducirnos.

Para Galtung[6], este triángulo se refleja además en otro, que denomina de diagnóstico-pronóstico y terapia (o tratamiento), haciendo un paralelismo de la paz con la salud, y del que se deriva lo siguiente:

• El diagnóstico es un análisis basado en los datos, parte de los cuales se conocen como "síntomas" y otros como "anamnesis", es decir, infor­mación contextualizada del paciente sobre su propio proceso de salud-enfermedad.

• El pronóstico está basado en teorías predictivas del curso probable de una enfermedad en un contexto dado. Prognosis es algo más que la mera predicción; es una predicción acerca de una dimensión valorativa situada entre la paz y la violencia.

• El tratamiento es la intervención basada en valores y teoría, obtenida a partir de la generalización de otros casos y guiada por los valores de salud negativa (desaparición de síntomas) y salud positiva (resistencia a la enfermedad). La terapia es una intervención deliberada que preten­de desviar hacia arriba el curso de la prognosis, esto es, encaminarlo hacia el terreno de la paz.

La diversidad existente en el mundo, sea en culturas, religiones o facilidades/ dificultades para la supervivencia, nos invita a no cerrarnos en una concepción estrecha o única de paz, de la misma forma que nos obliga a ensanchar nuestra visión sobre las causas de la violencia y los conflictos. Los conceptos, como instrumentos de trabajo, son útiles sólo en la medida en que reflejan la realidad de lo que queremos explicar. Si tanto la paz como los conflictos son procesos globales, y muy dinámicos y cambiantes, en los que intervienen factores de todo tipo, hemos de convenir que todo cuanto concluyamos será provisional, ha de estar sujeto a la crítica, y ha de pasar por el tamiz de las interpretaciones que puedan hacerse desde otras parcelas del saber.

Lo contrario, nos recuerda Galtung, hacer "la" teoría que olvida otras verdades, es una invitación abierta a la violencia cultural.

Hablar de paz, finalmente, tiene que ser compatible con hablar de realidad, sea para señalar donde está ausente y porqué razones, como para analizar las maneras que permiten transformar esta realidad a través de la concienciación. Si reflexionamos sobre la paz, lo repetimos una vez más, no es para instalarnos en el lamento de su escasa presencia, sino para rebelarnos respecto a lo que resulta ante nuestros ojos inadmisible, para conocer la mejor manera posible, los motivos de lo que acontece en el mundo presente, y la de ofrecer alternati­vas que permitan construir nuestras propias visiones de futuro. No obstante, para no errar el tiro o alejarse de la realidad, esta ambición de propósitos no debe olvidar nunca la extrema dificultad que tenemos en el actual momento, no sólo para evitar conflictos sangrientos, sino para frenarlos o reconducirlos con prontitud. Podemos y debemos hablar de paz, ahora y siempre, pero por pru­dencia es bueno hacerlo con la imagen interpoladora de las mujeres argelinas degolladas, las afganas secuestradas, los niños perdidos en Ruanda, los cam­pesinos aterrorizados de Colombia, los indígenas refugiados de Centro-América las familias bosnias diezmadas, los niños brasileros de la calle y tantos otros ejemplos de indignidad que pisotean el derecho a la paz en tantos puntos del planeta.

Sobre la violencia

En un trabajo como éste, en el que la paz y la violencia son siempre referencias constantes, no podemos pasar por alto un hecho ciertamente inquietante: el ser humano es el único animal que hace daño sin necesidad, gratuitamente, y que además puede disfrutar actuando con violencia. Por fortuna, sólo un pequeño porcentaje de seres humanos, actúan sistemáticamente utilizando la violencia y la crueldad.

Por violencia podemos entender el uso o amenaza de uso, de la fuerza o de la potencia, abierta u oculta, con la finalidad de obtener de uno o varios individuos algo que no consienten libremente o de hacerles algún tipo de mal físico, psíqui­co o moral. La violencia, por tanto, no es solamente un acto especifico, sino también una determinada potencialidad. No se refiere sólo a una forma de "ha­cer", sino también de "no dejar hacer", de negar potencialidad.

En una definición ya clásica, Galtung afirmaba que la violencia está presente cuando los seres humanos se ven influidos de tal manera que sus realizaciones efectivas, somáticas y mentales, están por debajo de sus realizaciones po­tenciales. La violencia quedaría así definida como la causa de la diferencia entre lo potencial y lo efectivo, y el espectro de violencia aparecería, por tanto, cuando por motivos ajenos a nuestra voluntad no somos lo que podríamos ser o no tenemos lo que deberíamos tener. Este enfoque resulta especialmente pertinente cuando abordamos la violencia estructural e intentamos comprender, por ejemplo, por qué a finales del Siglo XX todavía mueren anualmente 9 millo­nes de niños y niñas menores de cinco años por falta de antibióticos o vacunas. Al tratarse de muertes evitables, no puede existir ejemplo más palpable de violencia estructural.

Para Adela Cortinam[7] hay tres expresiones básicas de violencia:

• Expresiva: es patológica, porque persigue hacer daño
• Instrumental: trata de conseguir algo, e incluye la violencia del Estado
• Comunicativa: se utiliza como último recurso y para transmitir un mensaje

Desde la óptica de la cultura de paz, y como se vera posteriormente al analizar la ética global, el reto que se presenta es el de llegar a sustituir la violencia instrumental por el poder comunicativo mediante una propuesta intercultural. Se trata también de desarrollar los medios de acción no violentos que permitan comunicar y presionar eficazmente, sin tener que recurrir a la violencia como último recurso.

Un punto de partida para introducirnos en la evitabilidad de la guerra y de la violencia cruel y gratuita pueden ser las conclusiones a que llegaron varios científicos, congregados en Sevilla en 1989 para analizar científicamente qué había de verdad y de mentira con relación a la violencia.
El Manifiesto de Sevi­lla[8], que redactaron afirma que la paz es posible, porque la guerra no es una fatalidad biológica. La guerra es una invención social. Se puede inventar la paz, porque si nuestros antepasados inventaron la guerra, nosotros podemos inven­tar la paz. Es más, tenemos ejemplos de sociedades guerreras que se han convertido en pacíficas, como los vikingos, y de grupos humanos que han apren­dido a relacionarse de forma no agresiva y no competitiva y a inhibir correcta­mente la violencia. De la misma forma, sabemos que las sociedades que pres­tan poca atención a los pobres, a las mujeres y a las minorías étnicas y religio­sas, tienen unos niveles de violencia física y estructural mucho mayores. Lo que es evidente, en definitiva, es que aunque seamos el resultado o estemos influenciados por una cultura bélica, eso no es irreversible, y tenemos el poten­cial y las posibilidades de cambiar la situación forjando una cultura de paz.

En el Manifiesto de Sevilla, los científicos señalan que los seres humanos tenemos una cultura, que podemos hacerla evolucionar. Nos es posi­ble inventar nuevas maneras de hacer las cosas. No existe un sólo aspecto de nuestro comportamiento que esté tan determinado que no pueda ser modificado con el aprendizaje. La construcción de la paz, por tanto, empieza en la mente de los seres humanos: es la idea de un mundo nuevo. El respeto a los derechos humanos y de las libertades fundamentales, la comprensión, la tolerancia, la amistad entre todas las naciones, todos los grupos raciales y religiosos: he aquí los fundamentos de la obra de paz. Excluye el recurso a la guerra con fines expansivos, agresivos y dominantes, el uso de la fuerza y de la violencia con fines represivos. Estas son algunas de las afirmaciones del citado manifiesto:

1 - La guerra es un fenómeno específicamente humano que no se encuentra en los demás animales. El hecho de que la guerra haya cambiado de mane­ra tan radical a lo largo de los tiempos prueba claramente que se trata de un producto de la cultura. Desde un punto de vista biológico, la guerra es posible pero no tiene carácter ineluctable.

2 - Los genes no producen individuos necesariamente predispuestos a la violencia. Aunque los genes estén implicados en nuestro comportamiento, ellos solos no pueden determinarlo totalmente. La personalidad no es sólo la resultante de los genes, sino que está determinada por las condiciones de la educación y, por lo tanto, del entorno social y ecológico.

3 - La violencia no se inscribe ni en nuestra herencia evolutiva ni en nuestros genes. En las especies animales organizadas en grupos sociales, el com­portamiento agresivo aparece en el contexto de la cooperación y de la asistencia mutua.

4 - Nuestros comportamientos están modelados por nuestros tipos de condicionamiento y nuestros modos de socialización. No hay nada en la fisiología neurológica que nos obligue a reaccionar violentamente.

La violencia es siempre un ejercicio de poder, sean o no visibles sus efectos, y como tal, puede manifestarse en cualquier esfera de nuestra vida, en lo cultural, lo económico, lo político o lo doméstico. La violencia puede ser considerada como la forma más burda y primitiva de la agresión. En este sentido es una fuerza exclusivamente humana que aspira a ser la solución que excluya a todas las demás, por lo que también es una censura totalitaria. La violencia, como la paz, puede ser directa (es un acontecimiento intencionado), estructural (un pro­ceso, una costumbre) o cultural, que legitima a las otras dos como buenas y correctas.

Galtung, que en 1971 ya desarrolló una teoría estructural sobre el imperialismo, señala también la existencia de dos tipos de violencia estructural:

• Vertical. Es la represión política, la explotación económica o la aliena­ción cultural, que violan las necesidades de libertad, bienestar e identi­dad, respectivamente.

• Horizontal. Separa a la gente que quiere vivir junta, o junta a la gente que quiere vivir separada. Viola la necesidad de identidad.

Este artículo esta enfocado especialmente a la violencia cultural, que es lo opuesto a la cultura de paz, y que se expresa también desde infinidad de medios (simbolismos, religión, ideología, lenguaje, arte, ciencia, leyes, medios de co­municación, educación, etc.), y que cumple la función de legitimar la violencia directa y estructural, así como de inhibir o reprimir la respuesta de quienes la sufren, y ofrece justificaciones para que los seres humanos, a diferencia del resto de especies, se destruyan mutuamente y sean recompensados incluso por hacerlo.

Todas las violencias señaladas tienen conexiones entre sí. La violencia directa sirve de indicador del nivel de violencia estructural y cultural; la violencia es­tructural es a menudo violencia directa del pasado, de conquistas o represión que han permanecido hasta nuestros días. Su nivel de expresión depende del nivel de violencia cultural, que glorifica el uso de la violencia y no permite ver las salidas no violentas al conflicto.

Dado que nuestro enfoque quiere prestar una atención especial a los conflictos armados, puede ser oportuno observar cómo se manifiestan estas formas de violencia en los contextos de crisis, en donde siempre se reducen o anulan las necesidades humanas esenciales de seguridad, bienestar, libertad e identidad. Siguiendo el esquema de Galtung, Lúe Reychler lo ha resumido así:

Acerca del conflicto

El conflicto, como veremos con atención posteriormente y de forma genérica, es un proceso interactivo que se da en un contexto determinado. Es una cons­trucción social, una creación humana, diferenciada de la violencia (puede haber conflictos sin violencia, aunque no violencia sin conflicto), que puede ser posi­tivo o negativo según cómo se aborde y termine, con posibilidades de ser con­ducido, transformado y superado (puede convertirse en paz) por las mismas partes, con o sin ayuda de terceros, que afecta a las actitudes y comportamien­tos de las partes, en el que como resultado se dan disputas, suele ser producto de un antagonismos o una incompatibilidad (inicial, pero superable) entre dos o más partes, el resultado complejo de valoraciones, pulsiones instintivas, afec­tos, creencias, etc., y que expresa una insatisfacción o desacuerdo sobre co­sas diversas.

Las respuestas posibles al conflicto son siempre múltiples, y van desde la negociación con el adversario a su destrucción. La gestión óptima de un conflic­to consiste en limitar las respuestas a la franja del "continuum" del conflicto que no incluye la violencia física y la guerra.

Unión Integración Cooperación Alianza Adaptación mutua
Negociación/intercambio Mediación Arbitraje
Guerra

El estudio de los conflictos supone, entre otros aspectos, abordar sus raíces más profundas, su evolución, vinculaciones, actores y posibilidades de trans­formación o regulación. Las variables a tener en cuenta son siempre numero­sas, y cada caso tiene suficientes especificidades para que se tengan en cuen­ta factores añadidos.

Esta complejidad en el análisis de los conflictos no es obstáculo, sin embargo, para conocer dinámicas muy generalizadas que con frecuencia puede prever­se y, por tanto, evitarse en más de una ocasión. Una de estas dinámicas es la de escalada, en las que juegan un importante papel las frustraciones, las polarizaciones crecientes, las malas percepciones, la incomunicación o las patologías de los dirigentes. En los conflictos existen también factores de ace­leración, como la propaganda desinformadora, los rumores o el abuso de la "retórica de guerra", que multiplican la inseguridad, temor u hostilidad de los actores y refuerzan su inclinación a usar la fuerza. En todos estos casos se crean imágenes de enemigo y estereotipos que perpetúan el conflicto.

Para Lúe Reychler, un diagnóstico serio supone que identificamos el conflicto en relación a cinco aspectos: los actores involucrados, los litigios, la estructura de oportunidad, la interacción estratégica y la dinámica del conflicto.

1) Los actores principales. Hay que identificar las partes y sus interrelaciones,que pueden variar a lo largo del conflicto, los mecanismos por los que consi­guen movilizan a la gente, su nivel de compromiso en el conflicto, la personali­dad de quienes detentan el poder o tienen influencia, el rol de las instituciones nacionales, las relaciones con otros países, los países vecinos, las relaciones Este-Oeste, el rol de la ONU, la influencia de la venta de armas, del apoyo exterior a la oposición, etc.

2) Los litigios. Pueden venir por una diferente definición de la situación, por existir un litigio de intereses (sobre el reparto de los recursos escasos, como el poder político, la economía, el territorio, el prestigio, la legitimidad, los privile­gios, la sucesión, la cultura, etc.), por un desacuerdo sobre objetivos y medios(¿qué táctica y estrategia hay que seguir?, desacuerdos entre los extremistas y los moderados, entre los que quieren negociar y los que quieren más violencia), litigios sobre los valores (¿quién decide lo que está bien y lo que está mal? ¿qué es lo importante?), litigios sobre la identidad colectiva, que se siente ame­nazada, y litigios irracionales, en los que prevalece el odio y los sentimientos de venganza. Es el terreno de la psico y de la sociopatología. Los motivos pueden ser la frustración, los sentimientos de venganza, el sadismo, la paranoia, el fanatismo, el masoquismo... Muchas veces estos comportamientos vienen de un pasado mal asimilado, a la apertura de viejas heridas de la historia o por haber sobrepasado un determinado nivel de violencia.

Además de la naturaleza de los litigios, conviene tener presente otros aspec­tos:

• El número de litigios. Muchos conflictos son una suma de litigios. Pue­den influenciarse muy negativamente.
• La simetría o asimetría. La asimetría dificulta alcanzar acuerdos vía negociación. El más débil puede querer legitimizarse mediante más violencia.
• La escalada del litigio. La escalada no se debe solamente a los medios y a las estrategias, sino también a la escalada de los objetivos de las partes. Ciertas partes necesitan del litigio para sobrevivir.

3) Las estructuras de oportunidad. Hacen referencia a las relaciones de poder de las partes enfrentadas y a los factores del entorno favorable o desfavorable al uso de la violencia armada. Muchas veces, la subestimación del poder de una de las partes es la causa de la decisión de recurrir a la violencia. Hay ingredientes "duros"(el tamaño de la comunidad, el territorio, la potencia econó­mica y militar...) e ingredientes "blandos" (la voluntad y la tolerancia de la población, las obligaciones morales, el estatuto de legitimidad interna o extema, la capacidad de manipular a los medios de comunicación...). El acceso al arma­mento siempre aumenta el riesgo de la violencia armada. El clima moral y polí­tico es muy importante. Un clima de desconfianza, de desespero, sin perspec­tivas de futuro, como en Burundi, incita a la revuelta. La pobreza impide apaci­guar las tensiones sociales.

4) Liderazgo y estrategia. Las poblaciones se meten en luchas cuando sus jefes políticos y/o militares hinchan pequeños conflictos y avivan sentimientos de odio latentes. Las guerras aparecen cuando los dirigentes intentan resolver los problemas incitando a la población hacia el enfrentamiento armado. No pue­de entenderse la compleja realidad de los conflictos sin familiarizarse con las percepciones de los principales dirigentes. Su manera de enfrentar una situa­ción puede estar fuertemente influenciada por la experiencia, las reflexiones históricas, el origen cultural y socio-económico, los trazos de la personalidad, las ideologías, la propaganda, las consideraciones burocráticas, y toda una serie de factores irracionales.

5) Dinámica del conflicto. Después que se ha sobrepasado el nivel de violencia, los esfuerzos deben concentrarse en la pacificación (peace-making) y el mante­nimiento de la paz (peace-keeping). Los pacificadores tienen como misión po­ner fin a la violencia y encontrar un compromiso político.

6) Si hubiéramos de resumir todo este mapa del conflicto en tres palabras, y si­guiendo a Galtung, deberíamos centrarnos en las deficiencias de las estructu­ras, las culturas y los actores. Las primeras por no atender las necesidades básicas de la población, las segundas por justificar la violencia, y las terceras por ser incapaces de aproximarse sin violencia a los conflictos. En cualquier caso, lo que nos conduce a la violencia siempre es el fracaso en transformar positivamente los conflictos.
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[1] GALTUN, Johan, “Los fundamentos de los estudios sobre paz”, en Presupuestos teóricos y éticos sobre la paz, Universidad de Granada. 1993. P. p. 16 -18
[2] GALTUN, Johan, “Tras la violencia, 3R: Reconstrucción, reconciliación, resolución. 1998 www.fuhem.es/CIP/EDUCA/resenyas/recon/.html
[3] DIETRICH Wolfgang. 22 argumentos en torno a interpretación de paz, desarrollo y ecología en la historia europea. Paz y conflicto en el fin del milenio; Castellón, Eloisa. Ed. Madrid 2000. Memebers. Magnet.at/w.dietrich/spanish.htm
[4] GROFF, Linda; SMOKER, Paul. “Creación Global de la Cultura de Paz”, de una cultura de violencia a una cultura de Paz, UNESCO, 1996. P. P. 103 - 128
[5] BROCK-UTNE, Brigitte, Feminist Perspectives on peace and peace education, Pergamon Press, Oxford. 1989.
[6] GALTUN, Johan. En contra de la guerra y la violencia étnica. Conferencia en la universidad de Okinawa, conjuntamente con la Universidad de Ulster. www.ryukyushimpo.co.jp/spanish - news/961107s.htm
[7] Ponencia presentada en el seminario “El seco de la violencia”, celebrado nov. 1997 en la Universidad de Barcelona.
[8] ADAMS, David, El manifiesto de Sevilla sobre la violencia, 1989, UNESCO 1992, P. P. 47.

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